jueves, 24 de enero de 2013

Pura anarquía.

Pura anarquía

La vida me hizo tres regalos muy acertadamente: soy un desordenado militante, pesimista, y tengo un irritante talento para cambiar de opinión más que de calcetines.

Cualquiera que me conozca algo, sobre todo profesores y compañeros, conocen mi proverbial desorganización e intentan inúltimente corregirla. Debe ser que les sobra tiempo. Ha habido grandes desordenados en la historia a los que le debemos mucho; nadie le reprochaba a Picasso el desorden en sus cuadros ni mucho menos a Einstein. No son muchos en cambio los que aprecian el desastre de mi armario. Aún así seguiré intentando con perseverancia que alguien lo aprecie.

Mi pesimismo tampoco es despreciable. Más de un amigo ha sido víctima de él antes y después de un examen, viéndose obligado a escuchar mis interminables presagios, dignos de deprimir al más feliz de los humoristas. Por ello, llevo toda la vida escuchando comentarios como "no te preocupes, hay que ser siempre positivo, vivirás más y mejor". Puede que tengan razón en eso, pero dentro de cada defecto hay ventajas: siendo pesimista la vida te suele dar más de lo que esperabas, afrontas antes los problemas, te preparas para evitarlos, dejas de crearte falsas esperanzas y ganas alguna que otra apuesta.

Por último, llegamos al defecto que  más quiero cambiar. Todo el mundo tiene una serie de principios máximos que, por honor y lealtad, nunca cambiarán, algo a lo que siempre se aferran para afrontar la vida que les ayuda a discernir lo bueno de lo malo. Bien, yo debo tener un error de fabricación que me lleva a pensar que la mayoría de posturas tienen algo de razonable y al darles la vueltas voy saltando de una a otra sin ningún remordimiento provocando que pueda parecer "incoherente";  mantengo intactactas mis convicciones personales,  pero estoy dispuesto a cambiarlas por algo que sea más cercano a la verdad y esta es la gran ventaja.

Pedro L.




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