martes, 19 de marzo de 2013

Papá, ¿por qué somos del Atleti?

Papá, ¿por qué somos del Atleti?

Era un 19 de Mayo de 2010. Ese día el Atlético de Madrid se enfrentaba al Sevilla FC en la final por el título de la Copa del Rey. Recuerdo que estábamos de exámenes de evaluación, pero ese día terminábamos, así que conseguí que me adelantaran el examen de inglés y pudimos sacarnos entradas para ir a ver la final a Barcelona, que se disputaba en el Camp Nou.

A la hora de comer, mi padre nos estaba esperando en la puerta del colegio. Lo teníamos todo preparado: bocatas, bufandas, camisetas y banderas. Y como no podía ser de otra manera, lo primero que hice fue "decorar" el coche a mi estilo, de manera que mirases por donde mirases sabías perfectamente de que equipo eran los que ocupaban aquella Chrysler Voyager. Desde el primer momento del viaje, pudimos sentir lo que aquella noche nos esperaba; no éramos los únicos, ni mucho menos, que íbamos a hacer ese viaje por tierra. Así que, cada uno que pasaba a tu lado, con tus mismos colores, te pitaba y agitaba el puño como señal de alegría.

Llegamos al hotel algo justos de tiempo, por lo que no tuvimos otra que abandonar las maletas en la habitación y ponernos en dirección al estadio. En el tren, ambas aficiones iban juntas, pero se notaba que la que habita en la rivera del Manzanares iba a ser mucho mayor. Al llegar al estadio, las calles estaban abarrotadas de gente cuya única misión aquella noche iba ser dejarse la garganta por unos jugadores que lo iban a dar todo por el escudo que llevaban bordado en el pecho. Así que, como a nosotros nos gusta, nos hicimos notar con nuestros cánticos horas antes de que comenzara el encuentro.

Al entrar en el Camp Nou, me quedé maravillado con aquel estadio. Jamás había visto uno igual. Pero la alegría duró poco cuando encontramos nuestros asientos: estaban en el primer anfiteatro al fondo del todo, donde prácticamente no puedes ver el campo. A lo que, si añades que a uno del segundo anfiteatro le dio por colgar su bandera de la Comunidad de Madrid, la visibilidad era mínima. Lo único que me gustó de aquellos asientos era que estaban con los del Frente, opinión que mi padre no compartió ya que nos pasaríamos el partido entero sin poder sentarnos.

En el minuto 5, llegaría la segunda desgracia de la noche: Diego Capel empalmaría una preciosa volea que batiría a De Gea. A pesar de eso, las 45.000 gargantas que éramos los del Atleti, no cesarían de animar en todo el partido. Esto se vio reflejado en el campo, donde los jugadores dirigidos por Quique Sánchez-Flores fueron superiores a los del Sevilla, creando constantes ocasiones que su defensa despejaba bajo palos o se estrellaban en el poste. El tiempo pasaba y no conseguíamos marcar. Hasta que, en el minuto 91, Jesús Navas, jugador del Sevilla, recibió un balón en el centro del campo y consiguió, con bastante fortuna, anotar el que sería el definitivo 0-2.

La impotencia de aquella derrota se veía reflejada en los ojos de los de mi alrededor. Ojos que, como los míos, estaban a punto de reventar. Yo nunca había visto disputar una final a mi equipo, por lo que supuse que esperaríamos a que entregasen las medallas y nos marcharíamos cabizbajos. Pero no, aquella noche no. Aquella noche el corazón no atendería a razones. Como prueba de ello, dejamos todos de cantar con la garganta y empezamos a hacerlo con el corazón. A pesar de haber perdido, toda nuestra hinchada se quedó inmóvil sin dejar de animar durante aproximadamente otros 40 minutos. Haciendo que la afición contraria, la campeona, no pudiese ser escuchada. En aquel momento las lágrimas no pudieron contenerse en mis ojos. Lo entendí todo.

Porque, señoras y señores, del Atleti se es o no se es; se nace, no se hace. No hay más misterio. Así que, recordad siempre una cosa: el Atleti es su afición, y como mi padre me enseñó desde que nací: ATLETI O MUERTE.

Carlos M

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