martes, 19 de marzo de 2013

Vivir para servir, servir para vivir

Vivir para servir, servir para vivir

Nos pasamos buena parte de la vida haciendo una contabilidad muy particular de nuestras relaciones con los demás: con los padres, los hermanos, los amigos… en definitiva, con todos. Ese balance esperamos que sea equilibrado, y cuando no lo es empezamos a pensar que es mejor cerrar esa cuenta.

Estamos dispuestos a hacer cosas por los demás, pero esperamos reciprocidad. Obedecemos a los padres, pero esperamos que estos sean solícitos y ejerzan como tales. Ayudamos a nuestros hermanos, pero sin dejar de pensar que ellos están obligados a corresponder. En nuestro grupo de amigos podemos ser los más serviciales, los primeros en ceder o en hacer algo en beneficio del grupo, pero no queremos ser los pringados; esperamos que los demás lo agradezcan y que a su vez también colaboren y sean serviciales.

Todo ello es lógico, pero nos hace pequeños. Si nuestra vocación de servicio merma o desparece cuando no se ve agradecida y correspondida, es que esa vocación ni vale mucho ni es demasiado genuina. El servir no es muy compatible con llevar cuentas – ya sea cuentas del mal o cuentas del bien – ni con aguardar reconocimientos o gratitudes, por lógicas y deseables que éstas puedan ser.

El servir es una forma de vivir, y tiene su plena recompensa y satisfacción en el mero hecho de saber que nuestra vida está dedicada a ello. Los que no viven para servir, no sirven para vivir. Nosotros debemos hacer que nuestra vida tenga un sentido pleno, y la forma de lograrlo es consagrar la misma al servicio de los demás: padres, hijos, hermanos, amigos, compañeros…de todos.

Miguel G.

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