Recuerdo el año pasado, final del curso, mes de mayo, 8:40 de la mañana de un miércoles.
Llego a la parada donde espero a la ruta, y suelo estar de pie hablando con un amigo, Ignacio R., que está sentado en las escaleras, en el escalón de arriba, en el exterior del portal de su casa. Sin embargo, ese día yo llegué antes y me senté en el escalón de abajo, pues estaba muy cansado.
Cuando él llegó, le saludé, pero no se porqué, no me puse de pie para hablar con él, como hacía siempre. A los 5 minutos, se oye un estallido. Nos ponemos ambos de pie, y vemos que desde el interior del portal han roto la puerta de cristal de un balonazo. Me fijo en la chaqueta de Ignacio, que está rota, y se lo digo. Cuando se la quita, veo que tiene el polo manchado de sangre, y le digo que lo mejor sería que subiera a casa. Él lo hizo y luego se fue al hospital. Tenía una herida en la espalda, muy cerca de la columna. Por suerte, se curó a las dos semanas y todo quedó en un susto y una cicatriz en su espalda.

Menos mal que no pasó nada, pero la verdad es que ese día tuvimos bastante suerte.
Juan R.
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