viernes, 1 de marzo de 2013

Gustavo y yo

Gustavo y yo

Hace mucho que dejé de ser un chico normal; fue de repente y llegó sin avisar.

Se acabó el deporte, mis salidas con amigos, todo cambiaría lentamente. Primero fueron las muletas, luego la silla de ruedas y al final, solo la cama.

Decidí escoger un amuleto que me acompañara día y noche, que estuviera siempre conmigo y me acordé de Gustavo, la rana Gustavo, uno de mis personajes favoritos de mi niñez. Tenía a mi rana Gustavo en el pijama cuando me iba a dormir, en el bolsillo de la camisa que me ponía cuando mis amigos venían a verme a casa, que eran todos los días. Se convirtió en una obsesión que fui transmitiendo a mis amigos más queridos.

Llegó un momento en que la enfermedad me devoró y tan solo podía comunicarme con guiños y parpadeos pero siempre fui una persona optimista y pensé que iba a ganar la batalla, mi peor batalla.

Con Gustavo instalado en el bolsillo, junto a mi corazón, siempre tenía la sensación de estar acompañado por mi mejor amigo, él siempre sabía como estaba yo, como me sentía sin necesidad de palabras.

Ya dije antes que Gustavo encantó a mis amigos, a los que me visitaban todos los días, y cual fue  mi sorpresa, cuando fui viendo que todos ellos venían con un Gustavo en el bolsillo. ¡GUSTAVO SE HABÍA CONVERTIDO EN LA MASCOTA DE TODOS!.

Y así pasaron los días, yo cada vez peor, recibiendo continuas visitas de mis amigos transcurrían las tardes, hablando de chascarrillos y tonterías, así hasta el final.

Tenía 29 años cuando Gustavo y yo decidimos coger el tren de la vida, de la verdadera vida. Ya no había más sufrimientos, más tardes con amigos y sin embargo estaba alegre, alegre porque me iba acompañado de todos ellos. Al verles tan apenados solo se me ocurría preguntarles ¿de qué os quejáis?, miradme a mi, me voy feliz, después de 9 años de terrible enfermedad,  pero sin una sola queja, sin una mala cara y como no, ME FUI CON GUSTAVO.

Enrique G.

No hay comentarios:

Publicar un comentario